Transición - Jacques Camatte & Gianni Collu [1969]

Gemeinwesen

En este artículo Gianni Collu y Jacques Camatte retoman los conceptos de dominación (o subsunción) formal y dominación real del capital, tratados originalmente por Marx en el capítulo Vi inédito del tomo I de El Capital. referida a la reconfiguración de la actividad productiva sobre los designios del valor en proceso. Publicado en Invariance, año 2, serie I, nº 8, 1969. Traducción de Comunización Ediciones

Submitted by Anarquía y Comunismo on December 18, 2017

Nota de los compañeros de Comunización Ediciones:

Este breve ensayo fue traducido por Comunización Ediciones para ser incluido en nuestro título 'Contra la domesticación y otros ensayos', en el que compilamos varios de los artículos de Jacques Camatte que de momento se encuentran traducidos al español. En internet hay algunas traducciones anónimas de este ensayo que nos habíamos propuesto corregir por considerarlas deficientes, pero terminamos rehaciéndola casi por completo, así que se trata en realidad de una traslación diferente. Decidimos liberar este texto en particular porque nos parece que trata y sintetiza un aspecto fundamental de la crítica radical, que es el concepto de subsunción. Con este concepto Marx trata el proceso de transición en el que el trabajo pasa de estar dominado, subsumido, de una manera formal al capital, hasta el momento en que el capital destruye las antiguas formas de producción para crear unas nuevas completamente supeditadas a los requerimientos del valor valorizándose, o sea, la subsunción real del trabajo por el capital. Este artículo trata de forma sintética ese asunto, si bien refiriéndose a él como dominación en lugar de subsunción, a la vez que “actualiza” el concepto refiriendo la dominación real como la completa subsunción de la actividad/vitalidad humana por el capital.

La traducción de la obra de Camatte presenta algunas dificultades, de las cuales queremos señalar una que nos parece especialmente importante. Como podrá advertir cualquier lector atento, el vocablo alemán Gemeinwesen ocupa un lugar central en la teorización de este autor. A menudo este término ha sido traducido como «comunidad humana», versión que consideramos insuficiente porque reduce demasiado su fuerza y su sentido original. Gemeinwesen designa la comunidad tal como ésta se expresa subjetivamente en cada individuo, es decir, el modo en que cada individuo subjetiva en sí mismo al ser social. Marx afirmó en varios pasajes de sus Manuscritos de 1844 y en sus Anotaciones al libro de James Mill que, al producir al individuo únicamente como singularidad separada, la sociedad capitalista es la negación de la Gemeinwesen, mientras que el comunismo constituye su realización múltiple y diversa. El advenimiento de la Gemeinwesen supone, por tanto, la abolición de la dicotomía individuo/comunidad y el despliegue de la vida de los hombres y mujeres concretos como expresión múltiple y diversa de un mismo ser colectivo, de la verdadera comunidad humana. No conocemos ningún vocablo castellano que exprese íntegramente esta idea, por lo tanto hemos mantenido el término en su lengua original, tal como han hecho Camatte y otros autores en su momento.

En esta traducción tuvimos en cuenta el texto original en francés aparecido en Invariance nº 8, pero nos atuvimos sobre todo a la versión inglesa publicada por David Brown en Origin and function of the party form (1962): Essays by Jacques Camatte and Gianni Collu, en 1977. Esta última difiere en algunos puntos del ensayo original, pero tiene la ventaja de haber sido organizada en párrafos más breves, y de estar dividida en tres secciones, todo lo cual facilita su lectura. David Brown introdujo además algunas adiciones y modificaciones al texto, que nosotros hemos adoptado en esta traducción, por considerar que completan y hacen más accesible el argumento planteado por el autor.

Escrito por Gianni Collu. Publicado en Invariance, año 2, serie I, nº 8, 1969. Traducción de Comunización Ediciones.

Transición: de la dominación formal a la denominación real del capital

Transición:

De la dominación formal a la dominación real del capital

1

La crítica de la sociedad existente del capital tiene que tomar como punto de partida la reafirmación de los conceptos de dominación formal y dominación real, como sendas fases históricas del desarrollo capitalista. Todas las demás periodizaciones del proceso de autonomización del valor, tales como capitalismo competitivo, monopólico, de monopolio de Estado, burocrático, etc., abandonan el campo de la teoría del proletariado, esto es, la crítica de la economía política, asumiendo en cambio el vocabulario ejercido por la ideología socialdemócrata o “leninista” codificada por el estalinismo.

Toda la fraseología con que algunos pretenden explicar “nuevos” fenómenos, no hacen sino mistificar el advenimiento de la completa autonomía del valor; esto es, la objetivación bajo la forma de una comunidad concreta de la abstracción cuantitativa en proceso.

El capital, en tanto modo de producción social, alcanza su dominación real cuando logra reemplazar todas las premisas sociales y naturales previas con sus propias y particulares formas de organización, las cuales median ahora la sumisión del conjunto de la vida física y social a las necesidades reales de la valorización. La esencia del Gemeinschaft del capital es la organización.

La política, en tanto instrumento mediador del despotismo del capital, desaparece en la fase de la dominación real del capital. Después de haber sido usada plenamente en el período de dominación formal, se vuelve prescindible cuando el capital, devenido ser total, logra organizar rígidamente la vida y la experiencia de sus subordinados. El Estado, como manager inflexible y autoritario de la expansión de formas equivalentes en la relación social (Urtext), se vuelve un instrumento elástico en la esfera de los negocios. Consecuentemente, el Estado o, directamente, la “política” son menos que nunca el sujeto de la economía y por tanto son menos que nunca los “jefes” del capital. Hoy en día, más que nunca, el capital encuentra su propia fuerza real en la inercia del proceso que produce y reproduce sus necesidades específicas de valorización como necesidades humanas en general.

(La derrota del movimiento de mayo del 68 en Francia fue la manifestación más clara de este “poder oculto del capital”).

La economía reduce la política (el viejo arte de la organización) a un puro y simple epifenómeno de su propio proceso real. La deja sobrevivir como museo de horrores, tal como el parlamento con todas sus farsas o también en la rencorosa proliferación de grupos “extraparlamentarios”, que son todos idénticos en cuanto a su organización formal o informal, a la vez que compiten obscenamente en su verborrea “estratégica”.

Los demás instrumentos ideológicos o de mediación parecen seguir el mismo destino. Durante el período de dominación formal éstos seguían teniendo una cierta apariencia de autonomía (filosofía, arte, etc.), como supervivencia de las épocas previas. Toda aparente distinción entre la ideología y el modo social de producción es ahora destruida y hoy, el valor que autonomizado es él mismo su propia ideología.

Tal como sucedió con el paso de la plusvalía absoluta a la relativa, el capital (en su movimiento constante hacia la expropiación total) ha roto todas las conexiones técnicas y sociales del proceso de trabajo previamente existentes, con tal de reunificarlas luego como poderes intelectuales de la autovalorización del capital; así hoy en día, al convertirse el capital en un poder social total, éste propicia la desintegración completa del tejido social y de sus conexiones mentales con el pasado, fomentando a la vez su recomposición en una unidad delirante, organizada por las metamorfosis cíclicas cada vez más aceleradas del capital; proceso en el cual todo se reduce a ingredientes degradados de la extraordinaria síntesis del valor que es la autovalorización.

La dominación real del capital significa además que al proletariado no sólo le son expropiados su tiempo de vida y su capacidad mental, sino que el tiempo de la circulación ahora prevalece sobre el de la producción (a un nivel espacial). La sociedad del capital crea una población “improductiva” a gran escala, crea su propia “vida” en función de su propia necesidad: fijarlos a la esfera de la circulación y a las metamorfosis de la plusvalía acumulada.

El ciclo se cierra en una identidad: todo el tiempo de los hombres es tiempo socialmente necesario para la creación y circulación/realización de plusvalor. Todo puede ser medido por las agujas de un reloj.

El tiempo es todo, el hombre es nada. Él es, la mayor parte del tiempo, el envoltorio del tiempo. (Karl Marx, La miseria de la filosofía).

La cantidad abstracta en proceso (valor) se constituye como el modo social de producción y de vida (comunidad material).

Las teorías del movimiento obrero se han ocupado de este proceso sólo para mistificarlo. Para dar un solo ejemplo: la absoluta subordinación del Estado y su inserción en el proceso de valorización como uno de sus momentos particulares es presentado como exactamente lo contrario, es decir, como un “capitalismo de Estado”, con lo cual el capital no aparece como un modo social de producción y de vida, como un modo de gestión burocrática, democrática, etc.Una vez que arriban a este punto de vista, conciben la revolución no como la abolición de una “existencia” y la afirmación de otra, sino como un proceso político estatista en el cual la “organización” aparece como el problema principal, o más aún, como la panacea que lo resuelve todo. Aquí encontramos de nuevo la concepción degradada de la revolución, que ya no es vista como una relación mundial de poder entre el proletariado y el capital, sino que inmediatamente como una cuestión de “formas” o “modelos” de organización: el paso es muy corto.

No se puede explicar de otra forma la preponderancia de tales categorías en el movimiento obrero (capitalismo de Estado, burocrático, etc.), categorías que sólo ponen entre paréntesis el ser real del capital, afirmando la centralidad de uno de sus epifenómenos el cual es teorizado como su fase superior, su última fase, etc.

Por el contrario, hay que permanecer en el terreno de la crítica de la economía política (crítica de la existencia del capital y afirmación del comunismo) para entender la totalidad de la vida social en el período de su reducción a un simple medio del proceso de desarrollo de las fuerzas productivas autonomizadas.

La sociedad del capital, de hecho, se presenta a nivel superficial como si estuviese dividida en campos aparentemente opuestos, lo cual hace surgir descripciones separadas de los mismos (sociología, economía, psicología, etc.). La existencia de todos estos “campos de investigación” sólo explica de manera mistificada la realidad unificada y absoluta creada por el valor, el sacrum moderno, característico de un proceso que va de la descomposición de una realidad orgánica pre-existente hasta la fijación de diversos elementos que son luego recompuestos y puestos en uso por la creciente inercia social, creada por el opaco y despótico movimiento de las fuerzas productivas, las cuales crecen más allá de sí mismas y que necesitan de la representación del verdadero movimiento de cohesión de la totalidad social en su conjunto.

Por eso toda “teoría crítica” que quiera fundamentarse haciendo hincapié en uno u otro sector termina reduciéndose a no tener ni sujeto ni objeto.

Carece de sujeto en la medida en que el valor como objeto abstracto en un ser material (Grundrisse) rehúye toda determinación inmediata. En cuanto a esta imperceptibilidad de las tendencias reales del capital en la época de su dominación absoluta, hay que decir que las manifestaciones más obvias y cegadoras de fetichismo y mistificación de las relaciones sociales producidas por tal desarrollo nos las suministra el concepto —aceptado por todas las teorías “innovadoras”, sean éstas críticas o apologéticas— de “sociedad industrial” y su apéndice: la “sociedad de consumo”.

Este concepto, que expresa una mistificación perpetrada por el capital en las relaciones sociales, se vuelve posible en tanto que la valorización (y las necesidades vitales del capital) progresivamente dominan el proceso de trabajo. Marx definió el proceso de trabajo como el intercambio orgánico entre el hombre y la naturaleza, actividad intencional dirigida a la creación de valores de uso.

El capital tiende a presentar sus propias necesidades generales como exclusiva e inmediatamente idénticas a las de la humanidad, al punto de crear una identidad cada vez mayor entre estos dos procesos. En efecto, dada la dominación real de su propia existencia, esta mistificación parece estar basada racionalmente en que la sociabilidad, la convivencialidad, las costumbres, el lenguaje, los deseos, las necesidades, en una palabra, el ser social de los seres humanos, se han transformado nada menos que en requerimientos de la valorización del capital, en componentes internos de su propia reproducción ampliada.

Si el capital domina todo al extremo de poder identificarse con el ser social, pareciera, en este sentido, como si hubiese desaparecido.

Este es el mayor fetichismo jamás producido por el intercambio de valor en la historia de su propia autonomización. Es de ahí que puede surgir una categoría “neutral” como la de sociedad industrial. De este modo puede desaparecer (y de hecho desaparece) toda posible distinción entre el trabajo abstracto que valoriza al capital (el proletariado) o que permite la existencia total de su ser (las clases medias) y la actividad humana útil tal como se desplegaba en épocas precapitalistas.

2

Afirmamos previamente que el capital puede tener éxito en presentarse como un sistema “racional”, o al menos inevitable. Ahora hay que ver cómo intenta retrasar o neutralizar la revuelta del proletariado en su inmediatez, siendo ésta lo que constituye siempre su potencial negación.

Dada la naturaleza minoritaria del proletariado en las metrópolis del capital, el capital opera aislándolo y circunscribiéndolo a un ghetto donde quede contenida la violencia proletaria.

Hay que decir que la existencia del proletariado, cuando éste se manifiesta como clase, presenta un aspecto inmediatamente destructivo, como negación positiva de la comunidad material y de todas las formas de organización. Tal es la afirmación concreta del comunismo y la realización de su teoría.

Podemos ver esta comunidad de acción no pre-establecida en las acciones del proletariado negro de EE.UU. Éstas se constituyeron en base a la necesidad vital de desbordarse y celebrar, y en la conciencia inmediata de la identidad de objetivos: unificación, en una palabra, del movimiento real de la clase.

En consecuencia, apoyamos la producción de esas condiciones que Marx, al momento de formarse la Asociación Internacional de Trabajadores, había ya descrito como momentos cruciales en la formación del partido comunista mundial, como producto histórico necesario de las contradicciones de la sociedad del capital.

El momento más importante en la manifestación práctica del comunismo lo constituye el desbordamiento de la democracia, esto es, el rechazo de los proletarios, cuando elevan sus propias necesidades materiales al más alto nivel, a aceptar cualquier separación entre decisión y acción, entre ellas la separación entre ser y pensamiento sobre la cual, en el pasado, se edificó la posibilidad de un “liderazgo político” basado en los mecanismos de la democracia directa o indirecta (soviets-consejos o centralismo democrático); o, más generalmente, sobre la que se funda el mecanismo de la representación democrática-despótica en tanto viejo arte de organizar la sociedad: la política. Si la dominación real es sólo la realización práctica-material de los presupuestos religiosos de la alienación, la revolución sólo puede comenzar con la “realización de la filosofía” en el sentido del fin de toda separación, que es la esencia no distorsionada de todo lo que la revolución ha afirmado, partiendo desde las metrópolis del “capitalismo más desarrollado”.

Este es el caso también en Europa: el movimiento de mayo del 68 en Francia, o cualquiera de las grandiosas acciones del proletariado italiano en el norte o el sur en el 69. Aquí los apresurados y diversos intentos por “organizar” parecían condenados al fracaso, tanto como sucedía en los EE.UU. después de cada revuelta de cierta importancia. La razón es muy simple: esos grupos quieren “conducir políticamente” lo que en realidad no es sino la completa negación de su ser y de su ideología. Esto es: la forma organizativa de “pandilla” por un lado, y la “política” por otro.

Hay que reanudar y aplicar a la base del tejido social el estudio riguroso de la “externalización de la relación del capital en la forma de capital que genera interés” y el consiguiente desarrollo del capital ficticio: de ahí se comprende que los “cuerpos de administración” en la fábrica y el Estado, o bien los “políticos”, hayan asumido cada vez más la forma de mafias/grupúsculos.

Dado este panorama general, uno no puede dejar de observar que con la constitución del capital como ser material y en consecuencia como comunidad social, la persona tradicional del capitalista (el burgués) se ha desvanecido totalmente y que toda “comunidad humana” parcial está condicionada por el modo de existencia de la comunidad material. Este modo de existencia es posible porque el capital sólo es capaz de valorizarse a sí mismo, de existir y desarrollar su esencia si una parte de él, que también participa en el movimiento general de autonomización, se relaciona como movimiento parcial con la totalidad social y se pone constantemente en comparación con el equivalente general, es decir con el capital mismo. Necesita de esta comparación (competencia/emulación) porque sólo existe para diferenciarse.

Sobre este trasfondo emerge un tejido social basado en la competencia entre “organizaciones” rivales (mafias).

Ahora los diversos “grupúsculos” no son más que pandillas que compiten, que sólo tienen en común la divinización de la miseria del proletariado, su equivalente general. «Tal como los demócratas han hecho de la palabra pueblo (demos) algo sagrado, ustedes han sacralizado la palabra proletariado» (Marx).

3

Al percibir que su “función” tiene una importancia cuantitativa cada vez menor en el proceso de vida total del capital, el proletariado puede hoy hacerse consciente, de forma inmediata, de la inutilidad de su esclavitud asalariada, y destruir así las cadenas que lo atan al capital.

Puede anticipar su propia negación (que al generalizarse el trabajo asalariado ya opera bajo el reinado del capital en forma mistificada) en toda la realidad social: su desaparición es la desaparición definitiva de las clases.

La separación del proletariado respecto del capital supone que se constituya a sí mismo en “partido”, personificando su auto-negación, lo cual implica la formación de la Gemeinwesen que dominará el conjunto de lo autonomizado haciéndolo trabajar para la satisfacción de las necesidades humanas.

La teoría del partido/teoría del proletariado no se puede extraer de los denominados textos “políticos” de Marx y Engels por sí solos, tales como el Manifiesto, las resoluciones de la AIT, etc., porque esos textos consideran al proletariado especialmente en su realidad inmediata y se refieren sobre todo el partido formal de ese período como un dato ya dado.

El proletariado aún tenía que generalizar su existencia hasta abarcar el conjunto de la so­ciedad, pujando por el desarrollo del capital y, si tomaba el poder y se constituía a sí mismo como clase dominante (1871, 1905, 1917), todavía tenía que realizar tareas que, con la con­trarrevolución, fueron posteriormente asumidas y completadas por el capital.

Hoy en día el partido es posible en su sentido histórico (ver la carte de Marx a Freiligrath, 1860). Toda or­ganización formal no puede sino ser rápidamente reabsorbida en forma de mafia. Lo mismo pasa con los otros grupos, estructurados o no, que se imponen trabajar por la reconstrucción del partido o la creación de consejos.

El partido histórico sólo puede ser realizado por el movimiento global del proletariado que se constituye como clase, haciendo así posible la reunificación de la especie humana, posibili­dad que existe desde los tiempos de la AIT.

Dicho movimiento sólo se puede comprender mediante el estudio de las obras de Marx (El capital, Grundrisse) donde definió y criticó en profundidad el capital como modo de produc­ción y de “vida”. Sólo desde ahí puede uno explicarse integralmente qué es el proletariado y su desarrollo en relación al ser del capital.

Todas las demás explicaciones de la formación del partido, como aquella que se funda en la teoría de la conciencia inoculada desde el exterior, parten de la negación implícita de la pro­posición según la cual el proletariado realizará la teoría: es de esa forma que mantienen la contrarrevolución.

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